Trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario

Alabado sea Jesús y María, ahora y siempre, Amén.

Existimos. Existimos con los demás. También existimos con Aquel que nos hizo ser quienes somos. Una de las razones por las que Dios nos ha creado es para pasar nuestra vida con Él. En él, nuestra vida se sostiene con Su gracia. A través de su gracia, continuamos profundizando nuestro entendimiento acerca de Dios, quien ha compartido su vida con nosotros. La iniciativa de Dios de ofrecernos su vida es un acto de amor en su totalidad. Enviarnos a Su amado Hijo resume bellamente la bondad infinita que Él tiene para la humanidad. Este insondable pero concreto amor sacrificado de Dios continúa invitándonos a todos a responder a su llamado con la misma actitud de amor. Cuando vivimos el amor de Dios, también vivimos la santidad de Dios en nosotros. Proclamar la santidad de Dios debe ir siempre acompañado de nuestro amor, que se manifiesta en la forma en que vivimos y nos relacionamos con los demás. Es imposible mostrar amor sin desear ser santo. Puede que la santidad no sea nuestra preocupación constante en esta vida, pero nuestra vida como cristianos bautizados nos ha estado empujando a ser realmente testigos de la santidad de Dios.

Alcanzar la santidad parece ser una misión muy ardua de cumplir hoy en día. Sin embargo, no debemos declarar que es imposible de lograr. Con Dios todo sigue siendo posible. Nuestras celebraciones litúrgicas del Día de Todos los Santos y del Día de los Fieles Difuntos en este mes de noviembre nos recuerdan particularmente que cada uno de nosotros tiene plena potencialidad para ser santos. Compartimos la vida de Dios. Y Dios, a través del Espíritu Santo, ha estado compartiendo su vida con nosotros. Es en este acto mutuo de compartir que la santidad se vuelve aún más posible para nosotros. En el fondo de nuestro corazón, existe este anhelo continuo de Dios que nos lleva a tomar el camino de la santidad. Una vida de santidad es la mejor preparación que podemos hacer mientras esperamos la segunda venida de Cristo. La lectura del evangelio de este fin de semana habla de cómo todo pasará excepto las palabras de Dios. ¿Por qué? Porque la palabra de Dios es poderosa y es el instrumento más eficaz para que nos dirijamos a una vida de santidad. Después de todo, no solo existimos. Existimos para ser santos. Existimos para mostrar la santidad de Dios. Existimos para permitir que la santidad exista en nosotros.

Que Dios les bendiga a todos ustedes y a sus familias,
P. Joel Ricafranca, RCJ