Estimados feligreses y amigos de San Jerónimo,
¡Paz y bendiciones para ustedes de parte de Nuestro Señor Jesucristo!
Por fin hemos llegado al último domingo de nuestros preparativos navideños. Nuestro viaje ha parecido corto. El ritmo de varias actividades parroquiales añadió un sabor diferente a nuestros preparativos este año. El Retiro de Mujeres fue un éxito espiritual, las Fiestas de Nuestra Señora de Guadalupe trajeron a muchos de nuestros feligreses de vuelta a la parroquia, y el Día de Oración del Personal en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción nos llamó a una conciencia más profunda de nuestros roles como colaboradores en la misión de Jesús en San Jerónimo. Estemos atentos para que nuestras ocupaciones no nos aleje del mensaje más significativo de la Navidad. Dios ha visitado a su pueblo para proporcionarnos su compañía en medio de la soledad que nos ha traído el habernos escondido de Él.
La caída en el jardín aisló a Adán y Eva de Dios. La constatación de su desnudez trajo consigo la vergüenza, la sensación de insuficiencia e inseguridad; perturbó el orden de la relación divina con ellos. El orgullo y la desobediencia los separaron de Él. Su pecado creó un abismo que requiere un puente que restaure la conexión Divina con ellos. El amor es esa conexión porque Dios es Amor. Es el mismo amor que trajo a Adán y Eva a la existencia. La Caída trajo a Adán un sentimiento de abandono, no por parte de Dios, sino que su experiencia de abandono fue consecuencia de su propia decisión de verse a sí mismo como un dios, actuando de forma autosuficiente independientemente de Dios. Como descendientes de Adán y Eva, compartimos su historia. Nuestra fragilidad humana y la concupiscencia que nos trajo el pecado original siguen siendo nuestra lucha. Caemos constantemente y, sin embargo, nunca nos rompemos del todo. También nos escondemos de Dios y, sin embargo, sólo por un tiempo, pues anhelamos su presencia. Pero Dios nunca abandona a su pueblo. Nos ofreció esperanza a través de los profetas, y ha demostrado su amor mediante la encarnación de su Hijo Jesús, que es Dios-con-nosotros.
¿Hacia dónde vamos? Dejemos que el amor de Dios nos encuentre, especialmente en la oración y en los Sacramentos. Cuando nos sintamos solos, busquemos la compañía de Aquel que nos ha amado primero. Cuando nos sintamos abandonados, invoquemos el nombre de Aquel que nos llama a salir de la oscuridad. Cuando nos sintamos aislados, dejemos que la presencia de Dios envuelva todo nuestro ser con la certeza de su cuidado. Porque, al fin y al cabo, éste es el sentido de la Navidad. Dios ha visitado a su pueblo para demostrarnos su fidelidad. Sólo en Él está nuestra confianza. El misterio de la Encarnación nos asegura que somos preciosos a los ojos de Aquel que nos hizo. Al igual que María en nuestra lectura del Evangelio de este fin de semana, somos bendecidos al seguir mirando la promesa de salvación de Dios: Jesús. Que la Magnificat de María sea también nuestro canto de alabanza a Aquel que viene a nosotros para erradicar el hechizo de las tinieblas de nuestras vidas.
Estoy ansioso para celebrar el Misterio de la Navidad con ustedes el próximo fin de semana.
Sinceramente en Cristo y María,
