Trigésimo domingo del tiempo ordinario  

Estimados feligreses y amigos de San Jerónimo,

¡Pax Christi semper vobiscum!

Hubo un buen número de venezolanos que vinieron a nuestra Pastoral de Mateo 25 el pasado domingo por la tarde. También vinieron un par de personas que duermen en la calle. Es muy interesante cómo se desarrolla nuestro ministerio en cuanto a quiénes debemos servir y hacer nuestras obras de caridad. Planeamos servir una comida caliente a nuestros vecinos sin hogar y, sin embargo, terminamos sirviendo a los solicitantes de asilo en su lugar. Interesante, el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo da en el clavo para que podamos tener un encuentro físico con Jesús en medio de nosotros. “Cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí”. (Mt. 25:40)

El Señor nos ha confiado a los pobres. Son para nosotros signos del cuidado de Dios y de su divina providencia. La respuesta al salmo de este fin de semana reitera cómo Dios escucha el grito de auxilio de los pobres. La pobreza tiene muchas formas y facetas diferentes. Podemos definir personalmente la pobreza según nuestro estado, ya sea física o espiritualmente. La buena noticia es que “Dios escucha el clamor de los pobres”. Tenemos la seguridad de que nuestra confianza en Dios nos traerá la plenitud definitiva. Dios actúa sobre nosotros cuando reconocemos nuestras necesidades con humildad y siempre que ponemos nuestro corazón a disposición de su intervención. Dios tiene una especial predilección por los pobres porque sabe que no tienen nada en la vida más que su confianza en su liberación.

El Señor ha dado a nuestra parroquia muchas oportunidades para encontrar a Dios en medio de nuestras interacciones diarias. Somos bendecidos, en efecto, por ser siempre conducidos a diversas situaciones que nos llaman a atender las necesidades de los demás. Nuestro amor a Dios madura cuando servimos a nuestros hermanos y hermanas en el contexto de la vida familiar y comunitaria. Les animo a que consideren la posibilidad de encontrar a las personas más descuidadas e insignificantes en sus asuntos cotidianos. A través de su experiencia con ellos, encontrarán también la presencia de Jesús, cuyo Cuerpo y Sangre compartimos en la Mesa de la Eucaristía. La Presencia Sacramental de Jesús en el Pan y el Vino durante la Eucaristía está siendo físicamente tangible cuando damos de comer a los sin techo; cuando nos relacionamos con los solicitantes de asilo; cuando visitamos a los enfermos; cuando visitamos a los presos; cuando enterramos a los muertos y cuando elegimos reconciliarnos con aquellos a los que hemos ofendido o que nos hicieron mal.

La humildad es la clave principal para que entremos en esta dimensión del encuentro divino. La humildad nos permite ver al otro en un nivel de comprensión y compasión que nos hace iguales al otro. Saber que ver el rostro de los pobres en un nivel en el que están es ver el rostro de Dios que está presente en todos nosotros. Reconocer nuestra propia pobreza en varios aspectos de nuestra vida puede traernos una gran posibilidad de experimentar la forma en que Dios se manifiesta clandestinamente. ¿Le gustaría tener ese tipo de experiencia?

Atentamente en Cristo y María,