Estimados amigos y feligreses,
Hace cuarenta días, celebramos el Domingo de Resurrección con cantos alegres y reverencia. De hecho, seguimos conmemorando el tiempo de Pascua hasta hoy, que coincide con la tradicional conmemoración de la ascensión de Jesús al cielo. Las lecturas de este fin de semana nos dan una idea de lo que fue para los Apóstoles ser testigos de esos maravillosos acontecimientos en la vida del Hijo de Dios. Debió ser abrumador y sobrecogedor descifrar y comprender todo el drama del Misterio Pascual. La culminación de la presencia física del Jesús histórico se produce hoy en día según los hechos y tradiciones que nos narran las Escrituras. Entonces, ¿cuál debería ser el significado de estos relatos mientras los escuchamos hoy en el contexto de la postura política, social, económica y moral del mundo mientras seguimos esforzándonos por responder a la llamada de Jesús al discipulado? Creo que nuestra responsabilidad como cristianos de hoy es evaluar sinceramente nuestro papel como participantes en lugar de ser meros espectadores pasivos de la obra de salvación de Dios. Sí, nuestras elecciones y prioridades son las que determinan nuestro interés y nuestra total implicación en la misión de Jesucristo, lo que mide nuestra seriedad a la hora de vivir los valores del Evangelio.
La ausencia física de Jesús en la Iglesia que fundó sobre los Apóstoles es la verificación más viable de nuestra fe. Creemos en lo invisible y, sin embargo, verificable a través del desarrollo de los acontecimientos que suceden constantemente en nuestras vidas. Por otro lado, parece que nuestras mentes están simplemente condicionadas a creer en algo que está físicamente ausente sin ninguna prueba tangible de existencia. Muchos han perdido la capacidad de trascender la normalidad de los acontecimientos de la vida cotidiana que están cargados de la presencia de lo Divino. Desgraciadamente, este parece ser el dilema de muchos que optan por basar la validez de la religión cristiana simplemente en las realidades que se asocian a la productividad física de cada uno. ¿Dónde nos situamos en cuanto a nuestra profesión de fe con Alguien que, aunque físicamente ausente, permanece espiritualmente presente?
Les escribo hoy sobre mi experiencia personal en el ministerio, basada en mi encuentro con algunos que, aunque profesan en voz alta su catolicidad, parecen carecer de la profundidad de un encuentro con Jesucristo. Muchas personas se han vuelto tan tradicionales a través del tiempo de tal manera que la definición de su fe cristiana gira simplemente en torno a la misa dominical. Esta es la gente que no quiere asociarse con ningún feligrés ni participar en ninguna actividad parroquial. Dan una ofrenda dominical basada en la costumbre de la limosna. Dicen sus oraciones devocionales según su rutina habitual de cada día. Pero no quieren formar parte de ningún programa de formación en la fe ni de ningún servicio que la parroquia ofrezca a los pobres o al desarrollo de los ministerios parroquiales. Tienden a hacer lo mínimo porque, en consecuencia, no tienen tiempo.
Hay otro grupo que tiende a ser muy activo en la preparación y participación de los eventos y organizaciones parroquiales, pero parecen no estar interesados en la vida de oración de la comunidad. Acuden a las reuniones organizativas y de recaudación de fondos y de acción social, pero la misa dominical les parece una opción más. En consecuencia, la liturgia y las devociones no se ajustan a su horario.
Sin embargo, hay bastantes que, en medio de sus apretadas agendas, eligen participar tanto en la vida social como en la vida espiritual de la parroquia. Son los que a lo largo de su camino espiritual han encontrado el sentido de la vida en el espíritu del Evangelio. También ellos están en proceso de perfeccionar su respuesta a la invitación de Jesús al discipulado. De un modo u otro, todos están llamados a ser testigos del Cristo resucitado que ascendió al cielo, viviendo una conexión equilibrada con Dios y el prójimo. ¿Coinciden nuestras prioridades con alguno de estos escenarios? Tal vez podamos tratar de profundizar en el significado de nuestra respuesta al discipulado cristiano.
Es muy tentador ver la Ascensión de Jesús como un evento que resume todo lo que sucedió en Jerusalén durante ese primer Triduo Pascual. Recomiendo que consideremos ver su ascensión al seno de Dios como la ratificación de nuestra adopción como hijos del Padre en virtud de nuestra participación en el bautismo que nos ofrecen la Muerte y la Resurrección de Jesucristo.
Esta ascensión de Cristo debe darnos más confianza para hacer el bien, para convertirnos en instrumentos de reconciliación y de paz, para ser portadores de la buena nueva y de la libertad a los que viven en el cautiverio y para ser colaboradores de la misión de Jesús en la reedificación de la Iglesia como continuación de su misión. ¿Estamos interesados en participar en este proceso?
Dejaré la decisión en tus manos; pues al fin y al cabo, serán nuestras prioridades personales las que determinen si nos comprometemos plenamente con este proyecto que Jesús nos ha dejado hasta su regreso. “Yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.
Nos vemos el próximo fin de semana.
Sinceramente en Cristo y María,
