La Epifanía del Señor

Estimados amigos y feligreses de San Jerónimo,

¡Feliz Año Nuevo! Les deseo una plenitud de las bendiciones de Dios. Que sus alegrías sean completas, que su salud esté libre de toda enfermedad y que sus corazones experimenten siempre la profundidad de la paz de Dios.

La solemnidad de la Epifanía que celebramos hoy nos invita a volver a la escena del pesebre. Aquí, en San Jerónimo, encontramos literalmente nuestro pesebre en la entrada de la iglesia. ¿¿Han dedicado un tiempo en analizar la expresión facial de cada uno de los personajes que representan esa primera noche de Navidad? ¿Han notado la emoción y el asombro, la calma y la tranquilidad, la resignación y el abandono que envuelve el acontecimiento del Nacimiento de Jesús? ¿Se han visto involucrados como parte de esta Manifestación Divina? Les he mencionado varias veces durante mi homilía de Adviento que la Navidad es una llamada para que seamos partícipes en la revelación entrelazada de la presencia de Dios entre nosotros. Es fácil ser simples espectadores e idealizar las historias asociadas a los ángeles, los pastores, los animales, los Reyes Magos y el Niño que nació. De hecho, la norma cultural que designa que la temporada navideña termine tan rápidamente en la medianoche del 25 de diciembre, donde la propaganda de los medios sociales no habla más de la Navidad y toda la emoción que se asocia con ella. La temporada navideña terminó tan rápido que no hemos tenido suficiente tiempo para reflexionar profundamente sobre la profundidad y el significado de este evento y cómo ha impactado nuestras almas de una manera muy especial.

Por eso, la lectura del Evangelio de este fin de semana nos regresa al pesebre, como he señalado anteriormente. Sorprendentemente, sólo hay dos personajes principales que se mencionan en el relato del Evangelio de hoy cuando los Reyes Magos llegaron a la escena. Los pastores ya no estaban. San Mateo dice: “Al entrar en la casa vieron al niño con María, su madre”. (Mt. 2:11) Me pregunto qué pasó con José. ¿Podría ser alguien digno de reconocimiento por estar tan involucrado en todo el evento y, sin embargo, eligió permanecer detrás de la escena hasta el punto de ser casi irreconocible? ¿Suena esto similar a la manera en que Dios se involucra en nuestras vidas y sin embargo permanece invisible hasta el punto de ser irreconocible? Supongo que el Evangelio nos enseña a actuar como José y a vivir nuestras vidas como José, cooperando en la obra de Dios de forma silenciosa, humilde y diligente.

Entonces, mientras el foco de atención se centraba en María y el Niño, podemos ver una imagen de una Reina que sostiene a su Niño, el Rey, que es adorado por los Magos de Oriente. Sin embargo, más que la imagen real que menciona San Mateo en su Evangelio es la relación que se asocia entre Jesús y su Madre. Muestra a una madre que cuida de su hijo y a un niño que se resigna totalmente a su madre. Esta es, de hecho, la imagen de Dios que cuida de nosotros, pero que también nos invita a resignarnos completamente a su poder. Este es también el mensaje de la Epifanía para nosotros. Nuestro abandono en Dios es una experiencia de su completa custodia y protección.

Dios se manifiesta clandestinamente como lo hizo en la noche de Navidad. Dios se revela deliberadamente de esta manera para demostrarnos su amor. La otra parte de Su revelación depende de cómo abramos nuestros corazones y todo nuestro ser para poder estar plenamente dispuestos cuando sucedan Sus manifestaciones. Sí, debemos volver a la escena del pesebre para poder contemplar la imagen de Aquel que nos ha amado primero. Pero, sobre todo, deberíamos volver a la escena del pesebre en el silencio de nuestros corazones donde nace el amor de Dios y donde el amor de Dios está constantemente haciendo una afirmación de que somos preciosos a sus ojos en el Nombre de Jesús el Señor.

Que su encuentro con el Dios vivo este año y siempre sea su fuerza e inspiración.

Sinceramente en Cristo y María,