Estimados feligreses y amigos de San Jerónimo,
Que las bendiciones del Señor Resucitado permanezcan con ustedes.
El domingo pasado celebramos la solemne conmemoración de la Resurrección de Jesús. Profesamos la obra de Dios cuando la Segunda Persona de la Santísima Trinidad venció victoriosamente el poder de la muerte que nos trajo el pecado original. Sin embargo, aunque fuimos salvados de la muerte, nuestra naturaleza humana sigue siendo frágil a causa del ambicioso deseo de Adán y Eva de ser como Dios y asumir en sí mismos el poder de Dios. Aunque restaurada a la vida por la Resurrección de Jesús, la ruptura de nuestra alma humana permanece. La concupiscencia es el resultado del pecado original que nos deja vulnerables a tomar decisiones que son sólo aparentemente buenas. Nos volvemos incapaces de discernir plenamente las decisiones y elecciones que son absolutamente buenas en sí mismas.
Es en estos momentos de decisiones vulnerables cuando necesitamos ser inspirados por el Espíritu Santo para evitar cometer pecados y otras decisiones que puedan tener consecuencias perjudiciales para los demás y para nosotros mismos. Para lograr esta disposición espiritual se requiere la gracia que fluye de la misericordia de Dios y que se da gratuitamente a quien Dios elige revelar su misericordia. El domingo de la Divina Misericordia subraya esta realidad de nuestra condición humana. Nuestra vulnerabilidad espiritual para cometer acciones y decisiones que nos separan de la presencia divina y de los demás es un resultado del pecado original. Más aún, este Domingo de la Misericordia es una ratificación de nuestra necesidad de la Gracia Divina que sólo puede ser recibida abriendo nuestro corazón a los impulsos del Espíritu Santo que nos proporciona un profundo sentido de conversión espiritual y cambio de corazón.
Nuestro reto hoy es contemplar honesta y conscientemente si nuestro corazón está dispuesto a la obra de Dios que nos recrea cada día. Somos un proyecto de Dios que se enfrenta siempre a nuestro libre albedrío para tomar decisiones y hacer elecciones que nos lleven a la realización final de nuestros deseos. Jesús instituyó los siete sacramentos para que pudiéramos tener siempre acceso a la misericordia de Dios, cuyo resultado principal es acercarnos a su presencia y a la vida eterna.
El Domingo de la Misericordia nos recuerda que Dios nunca se cansa de concedernos su gracia. Sigue perdonando cada vez que pedimos perdón por nuestras ofensas y fracasos. Al final, la decisión es nuestra si permitimos que nuestro corazón y nuestra alma sean penetrados por la gracia y la misericordia de Aquel que nos amó primero.
Rezo para que este domingo sea especialmente una experiencia para todos nosotros de la insondable misericordia de Dios.
Sinceramente en Cristo y María,
