Corpus Christi  

Estimados amigos y feligreses de San Jerónimo,

¡Pax Christi semper vobiscum!

La conmemoración de la Santísima Trinidad el pasado fin de semana nos llamó a reflexionar sobre la esencia y la naturaleza del Dios Trino como nuestro modelo y referencia de vida comunitaria. La identidad de Dios se extiende a nosotros en virtud del Bautismo al ser reclamados en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es un privilegio y un don insondable ser reclamados como hijos e hijas adoptivos del Padre. Jesús, que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, se humilló plenamente a través de la Encarnación para que pudiéramos tener una participación en la identidad divina y llamarlo nuestro hermano. El Aliento de Dios, que hizo presente a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad en la Divina Comunión, es nuestra inspiración que mueve nuestro celo para aspirar y anhelar nuestra inclusión en la Relación Divina.

Hoy, la celebración del Corpus Christi ratifica nuestra participación de esa misma identidad al participar en el Banquete Eucarístico que compartimos cada semana. Y lo que es más importante, esta participación nos abre la puerta a una completa transformación de nuestro ser espiritual a imagen y semejanza de Jesucristo, para que la plenitud de nuestra participación en la vida de Dios sea completa. En el Banquete Eucarístico, es Jesús quien se ofrece al Padre como oblación de expiación sacrificial por nuestros pecados. La plenitud de nuestra participación en el acontecimiento eucarístico, por la gracia del Espíritu Santo, nos transforma en imagen y semejanza de Jesús. Nuestra alabanza, nuestra oración, nuestro canto, nuestra ofrenda, nuestra recepción de la Sagrada Comunión nos convierte en una ofrenda a Dios Padre en el Nombre de Jesús a través del sacerdote que es otro Cristo (alter Christus) durante la Eucaristía.  Nos convertimos en Jesús durante la Eucaristía, independientemente de nuestro estado humano pecaminoso y de nuestras carencias. Durante la Eucaristía nuestros pecados son perdonados, nuestro déficit se vuelve suficiente y nuestro espíritu se renueva.

Como miembros de nuestra parroquia local, es significativo que consideremos conocer nuestra identidad espiritual. Siempre debemos volver a nuestro hogar espiritual donde la raíz de nuestra conexión espiritual nos sostiene. El fuego espiritual del Bautismo y la Confirmación que nos concede el Espíritu Santo debe ser la energía inspiradora que nos impulsa a ser fieles discípulos de Jesucristo. Es en el discipulado donde llegamos a un conocimiento pleno del sentido de nuestras vidas. Entonces, ¿qué es ser un verdadero discípulo de Jesús?

Un verdadero discípulo es alguien que tiene conciencia de las exigencias del Evangelio. Estas exigencias nos permiten tomar decisiones sobre si estamos dispuestos a vivir nuestra vida sin reservas para los demás. El compromiso de servicio resume la respuesta que Jesús propone a sus primeros discípulos durante la Última Cena. Allí. La Última Cena en la que se instituyó la Eucaristía es el caldo de cultivo de la toma de conciencia de los bautizados para plantearse el compromiso de seguir a Jesús con espíritu de servicio. Para ser más específicos, el verdadero discipulado se alimenta en la comunidad, en la familia, en el lugar de trabajo, incluso en nuestras simples relaciones con los demás. En la parroquia de San Jerónimo, nuestra participación consciente y activa en la vida eucarística, que es el caldo de cultivo del discipulado, se hace realidad a través de nuestra participación en la vida parroquial. En un sentido más realista, estamos llamados a ser protagonistas en lugar de ser simples espectadores de lo que ocurre en el día a día de la parroquia. Cuando se comprometen a ser voluntarios durante nuestra venta de alimentos o cuando asumen la responsabilidad de cuidar al grupo de ujieres durante las misas, están sirviendo a la parroquia. Cuando se comprometen a enseñar a sus hijos a rezar cada día y se esfuerzan por influir en ellos para que sean fieles católicos, están haciendo una verdadera iniciación de sus hijos en la vida de Dios. Cuando consideren dar algo de su tiempo significativo a un ministerio parroquial o incluyan la ofrenda de la iglesia como parte de su presupuesto semanal, entonces están haciendo una seria consideración de nuestra parroquia como su hogar espiritual. Porque, al fin y al cabo, el mantenimiento de nuestros hogares requiere tiempo y recursos económicos. Lo mismo ocurre con nuestro hogar espiritual.

Así que, sí, no recibimos la Sagrada Comunión como una práctica tradicional. Queremos recibir la Sagrada Eucaristía como una afirmación real de nuestra participación en la vida de Jesucristo para que seamos transformados como Él en todo.

Por último, el discipulado exige sacrificio. Porque la verdadera dedicación y devoción a algo querido y a cualquier cosa significativa para nosotros siempre tendrá espacio para un amor sacrificado. Cuando reflexionamos más profundamente sobre nuestra identidad y cuando nos tomamos en serio nuestra llamada al discipulado, es la Santa Eucaristía la que resume lo que somos y en lo que nos convertimos cuando participamos plenamente en la vida de Dios. Sin embargo, la pregunta sigue siendo. ¿Nos hemos decidido ya a responder a la llamada de Jesús al discipulado?

Les deseo una semana bendecida.

Sinceramente en Cristo y María,