Estimados amigos y feligreses de San Jerónimo,
¡Pax Christi semper vobiscum!
Hoy conmemoramos la tercera de las manifestaciones del Señor. La primera fue la Natividad, la segunda la Visita de los Reyes Magos y la cuarta se conmemorará el próximo fin de semana, cuando Jesús realizó su primer milagro en las Bodas de Caná en Galilea. Estos cuatro acontecimientos en la vida de Jesús son ratificaciones de su naturaleza divina que se comparte en su Persona con nuestra naturaleza humana y se vive con nosotros a través de su Encarnación. Ya lo hemos oído antes: “Dios se hizo hombre para que el hombre pueda ser divinizado y salvado según los dones del Espíritu Santo que nos fueron otorgados cuando fuimos recibidos en la Iglesia en nuestro bautismo sacramental”.
Por otra lado, si se nos enseñó que el bautismo es la redención del pecado original que heredamos de nuestros primeros padres, entonces ¿por qué necesitaría Jesús ser bautizado si nunca fue tocado por el pecado original? Él predica con el ejemplo por nuestro bien. Sin embargo, su bautismo en el río, que se asemeja a nuestro propio bautismo, tiene otro propósito. El bautismo de Juan fue una afirmación de la filiación divina que tiene Jesús desde el principio. El nuestro, en cambio, es la adopción divina que nos permite ser partícipes de la vida eterna de Dios que trajo la victoria de la resurrección de Jesús. Nos convertimos en hijos e hijas adoptivos de Dios. Hemos nacido del corazón de Dios. La afirmación de la voz de Dios en el descenso del Espíritu Santo durante el bautismo de Jesús fue una iniciación al ministerio que fue enviado por Dios. La autoridad divina que el Padre confirmó sobre Jesús no fue simplemente una extensión de lo que el Padre disfruta, sino que fue una clara afirmación de la naturaleza de Jesús como el Hijo eternamente engendrado de Dios.
En cierto modo, esta tercera manifestación del Señor debería darnos una identidad mucho más cercana a Aquel que nos ha amado primero. Esta integridad divina debería generar en nosotros una confianza que nos permita también llamar a Dios “Abba – Padre”. La paternidad de Dios que se revela a través de Jesús durante su bautismo es la misma paternidad que se comparte con nosotros en nuestro bautismo sacramental. Dicho esto, el amor que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como identidad trinitaria de Dios, debe hacerse evidente en nosotros como discípulos cristianos. Es una elección que debemos hacer. Es una decisión que debemos discernir cada vez que nos relacionamos con los demás. Es una llamada a la conciencia de quiénes somos realmente como hijos amados del Padre.
El bautismo de Jesús llama a una relación que genera y da vida. La voz del Padre era una articulación que aseguraba a Jesús la presencia irrevocable de Dios incluso durante el momento más difícil de la misión de Jesús. A Jesús se le dio la certeza de que Dios es la visión y el propósito último de su encarnación. Así somos nosotros, Dios nos reclamó como suyos porque nuestro propio bautismo es también la seguridad de la identidad divina que Él compartió con nosotros.
Sinceramente en Cristo y María,
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